Tengo 45 años.
Pasé hasta mis 33 intentando controlar todo.
Controlar mis pensamientos, mis emociones, mis resultados.
Me volví prisionero de mi mente.
Ansiedad. Estrés. Frustración.
Me di cuenta tarde, pero no demasiado tarde.
Todo cambió cuando después de un diagnóstico de enfermedad incurable, entendí esto:
La mente nunca va a descansar.
Nunca va a parar de buscar algo más.
Así que hice algo radical:
Decidí salir de la mente y entrar en el alma.
Aquí están 4 lecciones que desearía haber sabido hace años:
- Tu mente es como un río turbulento:
Siempre quiere llevarte a todas partes.
Pensamientos. Recuerdos. Preocupaciones.
Pero tú no eres ese río (movimientos mentales).
Eres el cielo (conciencia) que lo observa desde arriba.
Aprender a sentir, no a pensar, es el verdadero cambio.
El alma no razona; el alma siente. - La única dicha que vale la pena perseguir no es la del ego:
- Tu ego quiere títulos.
- Quiere validación.
- Quiere controlar.
Pero incluso si se lo das todo, ¿sabes qué hará?
Te pedirá más.
La única felicidad que satisface es la paz de tu alma.
Y esa paz vive en el presente, no en el “algún día”.
- La respiración es tu cable directo a lo divino:
Lo más profundo no necesita complejidad.
Si sientes el aire entrando y saliendo por tu nariz, si realmente lo sientes, te conectas con algo que no puedes explicar, pero que siempre estuvo ahí.
Esa conexión es amor. Es Dios. Es todo.
Además es el fundamento de tu vida y de tu salud.
Tu respiración es lo que te da CONCIENCIA, entre más profundo te relaciones con ella más consciente en todos los sentidos te vuelves.
- Cerrar los ojos no es escapar; es volver a casa:
Vivimos obsesionados con el mundo exterior.
- Cosas.
- Metas.
- Personas.
Pero ¿y si todo lo que necesitas ya está dentro?